Sobre ella en una rama gruesa un zorzal mira hacia un lado y otro, con una frecuencia matemática, si se mueve el segundero se mueve su cabeza. Izquierda y derecha. Derecha e izquierda. No hace nada, no pretende nada. Un adulto medio ebrio se le queda mirando detenidamente y se pregunta: "¿dónde se para el cronómetro de la vida?". Un niño curioso le dice a su papá que el pájaro está vigilando para proteger a sus hijos o tal vez está buscando a su hijo perdido. Su papá eso si murió ayer. Entonces el zorzal hace caca, e invade con el acto el charco de la paloma, quien a pesar de percatarse de que algo ha caído muy cerca de ella no se inmuta, no reclama, ni mira desafiante a nadie. Al contrario, su actitud es como la de quien está perdido.
El niño agarra una piedra y la lanza en dirección al zorzal, no advierte que si no da en el blanco la piedra irá a caer en la cabeza o en la mano o en la guitarra de un grupo de jóvenes que cantan a Víctor Jara muy cerca del árbol en que el zorzal hace un momento tuvo el loco afán de hacer caca.
Y entonces un perro juguetón aparece repentinamente y muerde a la paloma por el cuello. Sale corriendo con ella colgando de su hocico. Agonizando por cierto, y salpicando sangre al paso del viento. El niño queda asombrado y se larga a llorar, mientras uno de los muchachos busca al responsable de que una piedra haya roto la última botella de cerveza que le quedaba.
El zorzal vuela, y vuela y vuela libre e ileso. La tierra es un azar, una selva.
Vuela.