Pág. 11
"Hervé Joncour sintió resbalar el agua por su cuerpo, primero sobre las piernas, y después a lo largo de su brazos, y sobre el pecho. Agua como aceite. Y un silencio extraño a su alrededor. Sintió la ligereza de un velo de seda que descendía sobre él. Y la mano de una mujer -de una mujer- que lo secaba acariciando su piel por todas partes: aquellas manos y aquel paño tejido de nada. Él no se movió en ningún momento, ni siquiera cuando sintió que las manos subían por los hombros hasta el cuello y los dedos -la seda y los dedos- subían hasta sus labios, y los rozaban, una vez, lentamente, y desaparecían."
Pág. 48
"Vagó durante días, hasta reconocer un río, y después un bosque, y después un camino. Al final del camino encontró la aldea de Hara Kei: completamente quemada, casa, árboles, todo.
No quedaba nada.
No quedaba un alma.
Hervé Joncour permaneció inmóvil, mirando aquel enorme brasero apagado. Tenía tras de sí un camino de ocho mil kilómetros. Y delante de sí la nada. De repente vio algo que creía invisible.
El fin del mundo."
Pág. 85
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