Había escrito esa canción.
Él estaba seguro que la había escrito. Ella no sabía si la había escrito él o ella.
Para el caso daba igual, la canción estaba ahí, sonando en los audífonos de su "iPod", y sonando en la radio del auto que manejaba ella.
Mientras ella cantaba la canción, como dedicándola, él la escuchaba con atención al detalle. Ella se reía imaginándolo, él miraba la cordillera y se imaginaba un futuro juntos.
La canción que había escrito -sentía él mientras se ajustaba mejor los audífonos, le daba una suerte de seguridad, que el futuro le robaba de vez en cuando ante las inseguridades del mercado. Ella a cada palabra se convencía más que la canción la había escrito él, para ella. Para que ella la dedicara. La dedicara a él. Sentía una especie de sonrisa cómplice, sentía que él le adivinaba por que ella la cantaba y se la dedicaba.
Él estaba enamorado y escribía. De amor él quería hacer trampa. Escribiendo una canción.
Él había escrito una canción. Él había escrito esa canción, la había escrito para ella. No le había dicho.
Él había escrito una canción para que ella dedicara. Para que ella se la dedicara a él.
Él había escrito una canción para ella. Una canción para que ella la cantara. Se la cantara a él.
Y ella... ella se sentía afortunada... muy afortunada.