Yace acostado sin ropa en su cama, mientras a su lado ella duerme profundamente sin sospechar siquiera las cosas que cruzan por su cabeza.
Se cuestiona la vida y el amor, si son uno o son dos. Para él ambas cosas no son lo mismo y es de suma importancia dilucidarlo en algún momento, pues la trama puede fundirse en una nebulosa que los lleve a tomar caminos que quizá nunca imaginaron ni pensaron, tan sólo por no decidirse. Piensa que tiene que elegir si o si una opción.
¿Vamos los dos o vamos de a dos?
Ella durmiendo le abraza, envuelve su cintura con su brazo y posa su desnudez sobre sus muslos, acariciándolo con un calor que él reconoce como sensación única y sin retorno. Él se ríe y piensa que hay una ruta para dos, para ir de a dos.
- ¿Todavía tienes sueño?
- No. Ya no - responde ella con los ojos semicerrados (o semiabiertos).
- Tu cara no me dice lo mismo, replica riendo sutil.
Ella le devuelve una carcajada leve que le provocan una sensación como de miel, mientras sus manos recorren lentamente el cuerpo de él, con un erotismo disimulado e insinuante.
Y entonces él la abraza y la besa en la boca. Sus manos también descienden lentamente por sus hombros, suave, muy suave, muy muy suave, casi haciendo cosquillas. Son cuatro manos y una caravana en tropel de caricias deliciosas que van sembrando huellas en la piel.
No está pensando. Ninguno y los dos.
Siente. Vamos los dos.
La vida entera se pasa frente a sus ojos al compás de su respiración que cada vez es más agitada. Recorre el sudor su frente, empapan las gotas su cara, su espalda, sus gemidos y también sus anhelos inseguros. El ritmo genera una canción, mientras ambos se entregan a viajar al sonido del viento que entra por la ventana y a la armonía musical que se orquesta mientras sus muslos chocan una y otra vez con una periodicidad perfecta. Es su música y su ritmo.
Van los dos, siendo uno. Unidos, entrando y saliendo.
Van.
Vamos.
Vamos los dos, y no nos preocupemos del destino ni los parajes intermedios. Sólo vamos.