"Tres noches después de su muerte, sentado casi en la primera fila de un concierto celebrado al aire libre, en el Zócalo, al que un amigo me había llevado -la gente me llevaba de un lado a otro en esos días- porque el cantante iba a dedicar una canción a Aura, miré hacia arriba y, flotando sobre el escenario y los edificios de varios siglos de antigüedad que dominan el Zócalo, vi la cara luminosa de Aura en el cielo nocturno, como si flotara dentro de su propia esfera de luz de luna, con la más dulce, emocionada y amorosa de sus sonrisas. Le devolví la sonrisa y las lágrimas empañaron su imagen. Sentí su amor esa noche y me sentí muy agradecido por aquello, pero también pensé que ella estaría disfrutando de la novedad de la muerte, de su magia, pensé que aún no acababa de comprender lo que significaba."
(Págs. 292 y 293)