Pág. 26
"Ahora caminamos por Prinsengracht, hace frío. Sin quererlo empiezo a contar las bicicletas que pasan raudas por la calle. Cincuenta, sesenta, cien. El silencio parece definitivo. Siento que vamos a despedirnos en cualquier momento. Me voy a ir yendo, dice, justamente."
Pág. 49
"Esos primeros meses en el Instituto Nacional fueron infernales. Los profesores se encargaban de decirnos una y otra vez lo difícil que era el colegio; intentaban que nos arrepintiéramos, que volviéramos al liceo de la esquina, como decían de forma despectiva, con ese tono de gárgaras que en lugar de darnos risa nos atemorizaba.
No sé si es preciso aclarar que esos profesores eran unos verdaderos hijos de puta. Ellos sí tenían nombres y apellidos: el profesor de matemáticas, don Bernardo Aguayo, por ejemplo, un completo hijo de puta. O el profesor de técnicas especiales, señor Eduardo Venegas. Un concha de su madre. Ni el tiempo ni la distancia han atenuado mi rencor. Eran crueles y mediocres. Gente frustrada y tonta. Obsecuentes, pinochetistas. Huevones de mierda. Pero estaba hablando del 34 y no de esos malparidos que teníamos por profesores."
Pág. 100
"Dejé de fumar debido a las migrañas, pero quizás no fue el motivo principal. Lo que pasa es que soy cobarde y ambicioso. Soy tan cobarde que quiero vivir más. Qué cosa más absurda, realmente: querer vivir más. Como si fuera, por ejemplo, feliz."
Pág. 132
"Una de esas mañanas Paz llega con un rosal y una buganvilia, él consigue una pala, y juntos arman un mínimo jardín en el espacio vacío de la entrada. Él cava con torpeza, Paz le quita la pala y en cosa de minutos el trabajo está hecho. Perdona, le dice Martín, se supone que es el hombre el que hace la parte dura. No te preocupes responde ella, y agrega, risueña: yo nací en democracia."
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