Él le tomó la mano. En sus ojos se reflejaba su rostro, él podía verse en ellos. Ella tenía su cabeza revuelta, y sus emociones rebeldes. En este cuento los dos personajes del centro se aman con el amor más fuerte que une a dos seres humanos.
Ella había convivido con él muchos años y creía conocerlo, a su vez él la conocía suficientemente bien aunque de todas maneras tenía hasta ayer una pequeña duda, y un espacio de temor en las manos sudorosas. Hoy hay un vidrio trizado en su casa, sin embargo no es de preocupar al por mayor, pues dicen quienes han quebrado espejos de la misma manera que éste tiene arreglo.
Él le dijo "no te voy a dejar. Tú no temas y por favor no te alejes." Ella miraba al cielo y derramaba algunas lágrimas. Pedía misericordia y se sentía culpable... no quería una nueva mañana. Por mientras él sin entender mucho por qué llegaba a esta escena, ni menos por qué podría ser el personaje de un cuento, sentía que todo estaba más en orden de lo esperado, salvo que ella sufría. Él ya había sufrido, y no quería que ella sufriera. Y los ojos en que su rostro se reflejaba tan brillante, comenzaban a llorar y a temer.
Ella y él lloran y sufren. Sufren uno por el otro, aunque ella sufre también por ella y su rol en este tejido de amor inmenso, que aunque no se ve amenazado por esta trizadura del vidrio, pasa por una etapa -digamos- vulnerable. Lloran y sufren, al igual que los ojos en que se refleja su rostro. Lloran y sufren aunque ahora mismo ella no esté cerca de él, ni él cerca de ella, para consolarse y acariciarse con ese amor tan inmenso que los une.
Él está enamorado. Ella no quiere -hoy- que él lo esté. Su argumento lo dejó escrito en una carta que ella no enviará a nadie. La desesperación pasará pronto, y él seguirá enamorado.
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