Uno de los dos es un escritor productivo, el otro es un escritor atormentado. El escritor atormentado mira al escritor productivo llenar folios de líneas uniformes, al manuscrito crecer en una pila de folios ordenados. Dentro de poco el libro estará terminado: con seguridad una nueva novela de éxito -piensa el escritor atormentado con cierto desdén pero también con envidia-. Él considera al escritor productivo nada más como un hábil artesano, capaz de sacar a la luz novelas hechas en serie para secundar el gusto del público; pero no puede reprimir una intensa sensación de envidia de aquel hombre que se expresa a sí mismo con tan metódica seguridad. No es sólo envidia la suya, es también admiración, sí, admiración sincera: en el modo en que aquel hombre pone todas sus energías en escribir hay ciertamente una generosidad, una confianza en la comunicación, al dar a los demás lo que los demás esperan de él sin plantearse problemas introvertidos. El escritor atormentado pagaría quién sabe cuánto por parecerse al escritor productivo; quisiera tomarlo de modelo; su máxima aspiración es ya ser como él.
El escritor productivo observa al escritor atormentado mientras éste se sienta a su escritorio, se come las uñas, se rasca, rompe un folio, se levanta para ir a la cocina a hacerse un café, después un té, después una manzanilla, después lee una poesía de Hölderlin (cuando está claro que Hölderlin nada tiene que ver con lo que está escribiendo), recopia una página ya escrita y luego la tacha toda línea tras línea, telefonea a la tintorería (cuando habían quedado en que los pantalones azules no podrían estar listos antes del jueves), luego escribe unas notas que le valdrán no ahora pero acaso después, luego va a consultar en la enciclopedia la voz de Tasmania (cuando está claro que en lo que escribe no hay la menor alusión a Tasmania), rompe dos folios, pone un disco de Ravel. Al escritor productivo nunca le ha gustado las obras del escritor atormentado; al leerlas le parece siempre estar a punto de aferrar la clave decisiva, pero esa clave se le escapa y le queda una sensación de malestar. Pero ahora que lo mira escribir, siente que ese hombre está luchando con algo oscuro, una maraña, un camino que hay que excavar sin saber a dónde lleva; a veces le parece verlo caminar por una cuerda colgada sobre el vacíoy se siente presa de un sentimiento de admiración. No sólo admiración: también envidia; porque siente cuán limitado y superficial es su propio trabajo en comparación con lo que el escritor atormentado está buscando..."
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