Págs. 25 - 26
"... en la miseria todos los detalles son un lujo..."
Pág. 39
"Se empeñó en ofrecer su poesía a la participación política y sacrificó su Arte y su propio espíritu con ese gesto: se esforzó tanto por ser un militante ejemplar que tuvo que suicidarse para volver a ser poeta... El silencio de Maiakovski presagiaba otros silencios tanto o más dolorosos que, con toda seguridad, se sucederían en el futuro: la intolerancia política que invadía a la sociedad no descansaría hasta asfixiarla. Como sofocaron al poeta, como tratan de ahogarme a mi, escribiría el exiliado [Liev Davídovich | Trotski] varado junto al opresivo Mar de Mármara que lo rodeaba hacía ya un año."
Pág. 70
"Sabía que si en Marzo de 1921 los bolcheviques hubieran permitido unas elecciones libres, probablemente hubiesen perdido el poder. La teoría marxista, que Lenin y él [Trotski] utilizaban para validar todas sus decisiones, nunca había considerado la coyuntura de que los comunistas, una vez en el poder, pudieran perder el apoyo de los trabajadores. Por primera vez, desde el triunfo de Octubre, debieron haberse preguntado (¿algunas vez nos lo preguntamos?, le confesaría a Natalia Sedova) si era justo establecer el socialismo en contra o al margen de la voluntad mayoritaria. La dictadura proletaria debía eliminar a las clases explotadoras, pero ¿también reprimir a los trabajadores? La disyuntiva había resultado dramática y maniquea: no era posible permitir la expresión de la voluntad popular, pues ésta podría revertir el proceso mismo. Pero la abolición de esa voluntad privaba al gobierno bolchevique de su legitimidad esencial: llegado el momento en que las masas dejaban de creer, se impuso la necesidad de hacerlas creer por la fuerza. Y aplicaron la fuerza. En Kronstadt - Liev Davídovich bien lo sabía- la Revolución había comenzado a devorar a sus propios hijos y a él le había correspondido el triste honor de haber dado la orden que inauguró el banquete.
La inflexibilidad con que había actuado (generalmente apoyado por Lenin) quizás se justificaba en aquellos años. Pero ahora, al revisar sus actitudes, no podía dejar de preguntarse si, de haber tenido la desvergüenza y la astucia necesarias para abalanzarse sobre el poder tras la muerte de Lenin, no había terminado convirtiéndose, él también, en un zar pseudocomunista. ¿No habría enarbolado las justificaciones de la supervivencia de la Revolución para aplastar rivales, como en 1918 las utilizó Lenin para ilegalizar los partidos que junto a los bolcheviques habían luchado por la Revolución? ¿Habría sido capaz de sostener la pertinencia democrática de una oposición, de facciones dentro del Partido, de una prensa sin censura?"
Págs. 87 - 88
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