Era una radio Phillips con doble casetera. Años que esperaba tener una en casa y al fin mi mamá me sorprendía por primera vez. Yo esperaba en esa navidad, como en los últimos cinco años, algunos calzoncillos y un par de calcetines oscuros que me sirvieran para vestir casual y con el uniforme del colegio.
Tenía dieciséis años, había terminado tercero medio, y era ridículamente fanático de los Gun’s & Roses. Digo ridículamente hoy mientras me veo en el recuerdo buscando en alguna tienda del persa de Estación Central o en Franklin pañuelos como los que usaba en la cabeza Axl Rose.
Mi pieza era pequeña, rectangular. No sé bien de cuantos metros cuadrados. Tenía una cama de una plaza, dispuesta junto a la muralla más larga, dónde estaba la ventana por la que entraba un poco de luz en primavera y verano. Las paredes estaban pintadas de azul, y el cielo era rojo. Tenía algunos pósters de Marcelo Salas y de los equipos de la U que ganaron el bicampeonato en 1994 y 1995 pegados con scotch en la muralla en que se apoyaba mi cama. Mi closet era de dos puertas deslizantes, se dividía en un lugar para guardar la ropa doblada, más algunos cajones en donde guardaba mi ropa interior, y mis preservativos, y en otro para colgar chaquetas, pantalones y ropa que no debía ser doblada para evitar que se arrugara. Haciendo uso del espacio, como un ingeniero del hacinamiento, a los quince años me atreví a colocar un librero rectangular de 1,80 metros en que almacenaba libros, revistas y cuadernos. Un mueble que reducía el espacio de manera grotesca. En él hice un espacio para mi nueva radio.
Antes de ese verano mis padres entraban poco a mi pieza. Casi nunca. Tácitamente era mi lugar privado de la casa. Yo no entraba a su dormitorio hacía tres o cuatro años. Dejé de hacerlo después de una mañana en que entré, sin golpear previamente la puerta y vi a mi padre parado en la orilla de la cama y a mi mamá arrodillada chupándole el pico. Aprendí entonces lo del espacio privado, lo de golpear antes de entrar, lo de pedir permiso. También aprendí que mi mamá podía chuparle el pico a mi papá como lo hacen las minas en las películas porno, y luego darme un beso en la mejilla de saludo en la mañana.
Ese verano sin embargo sus visitas a mi pieza se hicieron más frecuentes, sobre todo los fines de semana. Básicamente para pedirme que bajara el volumen de la radio. Disfrutaba tirándome sobre mi cama a leer en la mañana con la radio prendida, escuchando un cassette de los Gun’s & Roses, a todo chancho...