Son las tres de la madrugada de una fría noche Londinense. Vivo acá desde hace siete meses. Vivo solo, en una pieza subterránea que tiene una claraboya pequeña por la que entra un poco de luz durante el día. No tengo cocina, pero sí un baño privado. Tengo al menos conexión a Internet. Mi pieza tiene las murallas de ladrillo, que están húmedas y feas. No me gusta donde vivo. Tengo además una cama de una plaza y media, una estufa eléctrica, un escritorio, una lámpara, mi computador y cinco libros en español que me traje desde Chile: La vida privada de los árboles de Alejandro Zambra, Los Detectives salvajes de Roberto Bolaño, Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa, El museo de la inocencia de Orhan Pamuk, y El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura. Vistos desde la puerta del baño parecen sólo cuatro libros.
En las tardes, cuando ya está oscuro, a eso de las cuatro, y observo mi pieza desde el umbral, pienso en las historias de Joyce en Dublineses o en la vida de Rimbaud, lo imagino caminando borracho por alguna calle del Camden Town junto a Paul Verlaine. Pienso en una vida a oscuras, de noche, una vida depresivamente de mierda, sin mucho sentido, sin sol.
Hace un rato hablé con mi hermano por Skype. Cuando hablo con gente de Chile me apresuro en ser el primero en preguntar, como poniendo una barrera con la cual evadir toda posibilidad de tener que ser yo quien cuente algo, quien cuente como está, qué ha hecho, y cómo va la novela que siempre digo estar escribiendo. No sólo borro estás páginas una y otra vez porque no tengo nada que contar, sino que en realidad no tengo nada que contar de mi vida cuando, ya no con el lápiz sino que con el teléfono o mi computador, tengo que hablar con alguien de Chile.
Entonces evado.
Me quiero fugar de la línea telefónica.
Junté plata y me vine. Dije que quería un año sabático, un año en Londres, para leer mucho y escribir mi primera novela. Han pasado siete meses y pienso que me vine a puro hueviar. Aunque no me arrepiento de esta decisión, porque no puedo arrepentirme de haberme culiado a la mina más rica que podría haberme agarrado en la vida, pienso que tal vez con un plan, algo mejor pensado, esto sería diferente. Pienso que quizá con una compañera esto sería distinto. Digo una compañera, como generalizando, porque soy cobarde y no quiero nombrarla. Aún le tengo miedo a su presencia…