(Parte I ; Parte II ; Parte III ; Parte IV ; Parte V ; Parte VI ; Parte VII)
Ningun momento de espera se compara a esos cinco minutos que están justo antes de la hora acordada. Son cinco minutos en que cada cual se transforma en un experto evaluador y fiscalizador. Todos los puntos débiles cubiertos, los olores, el peinado, la manera de saludar, ¿sólo un beso en la mejilla, o un abrazo?. Las inseguridades son miles y parecen querer reirse de las personas para hacerlas sentir ridículas. Fabián no es la excepción y se inspecciona sutilmente de arriba a abajo, lo hace una y otra vez. De pronto ve a lo lejos un caminar de pelo al viento, radiante como nada, en plena tarde de otoño. Es Andrea que le sonríe al viento, y se burla del desorden en que deja las hojarascas que osan perturbar su alegría en medio de su camino.
Ella luce bien -piensa él- y se contagia de su sonrisa, aunque en su interior abundan los temblores e indecisiones sobre si hacer una u otra cosa.
- Hola!
- Buenas... pareciera que hubieras encontrado la felicidad máxima en la última esquina.
- ¿Si? en realidad no fue en la última esquina, sino más bien en la última canción del concierto de ayer. Creo que al final Ismael logró sacarme del letargo emocional.
- Ja! que cursi sonó eso. Cursi pero tierno eso sí ah!
- Sí, es que cuando estoy en días como hoy me pongo media cursi. Y los hombres pueden darme lo mismo por un rato, asi que te advierto: ten cuidado con tus palabras!
- Jajajajajaja
- Jajajajajaja
Al mismo tiempo se abrazaron y agradecieron por estar ahí.
El niño que vende flores en las afueras del metro Manuel Montt, mientras observaba la escena, le dijo a su papá que cuando fuera grande le gustaría ser como él (apuntando a Fabián) para tener una polola tan linda como ella (apuntando a Andrea). Aunque ellos no llegaron a escucharlo, en ese abrazo se aceptaron para algo más que una incipiente amistad, aceptaron el riesgo. Desde ese momento entonces le dijeron al riesgo que le darían una última oportunidad.
Los helados con dulce de frambuesa son exquisitos, y sirvieron para adornar la escena en que ambos comenzaron a enterarse de sus vidas pasadas, y aunque no sabían si las tardes de otoño son buenas para hablar de dolores, sufrimientos y desconsuelos del amor lo hicieron sin tapujos, ni escondites. Sentados en las mesas que posan en plena calle Providencia, bajo pequeños quitasoles amarillos, y mientras una que otra hoja se cruzaba en su camino, Andrea le confesó lo que en su casa pensó no contar en esta primera cita, a modo de estrategia. El temor que tenía ella era que él la rechazara por ser madre soltera. Matías hoy tenía 4 años, y aunque no dejó de sorprender a Fabián, éste último se confesó un amante de los niños con una sonrisa y encanto genuino, tanto como la torpeza con que ejecutó todos y cada uno de sus movimientos durante toda esa tarde.
Fabián en tanto le contó de su desilusión, y del modo en que ésta ocurrió. De su dolor, su depresión y desgano. De su soledad y su apatía al amor... "hasta antes de tí, claro está" -le dijo mirándola fijamente a los ojos. Entonces se tomaron la mano izquierda por encima de la mesa, a vista y paciencia del niño que vende flores.
La cita llegaba a su fin, y entonces comenzó a gestarse una nebulosa de destiempos que suele ocurrir cuando los amantes, desean el amor como a nada. Ella deseaba besarlo, pero encontraba que tomar la iniciativa podía llevar a que Fabián se llevara una mala impresión de ella, en el mismo instante él deseaba besarla descontroladamente, pero encontraba que hacerlo podría hacerle perder puntos, generando una impresión de Don Juan, lacho y mujeriego en Andrea.
"... pero sucede también, que sin saber como ni cuando, algo te eriza la piel, y te rescata del naufragio..." y entonces el niño que vende las flores no se aguanta lo que le pasa con los amantes, que osan marcharse sin regalarse ni un pequeño beso << él no entiende por que ha sucedido ésto, y está descolocado... quiere una explicación, o una reivindicación>> y se para justo frente a ellos entorpeciendo su camino:
- Quiero regalarles esta rosa, porque yo quiero ser como tú, para tener una polola tan linda como ella...
Se miraron y rieron. Él tomó la rosa y se la dio a Andrea. Ella le tomó la mano, mientras se miraban fijamente... todo se consumó ahí, ante la alegría de un niño que desde ese entonces entendió que no vendía flores!
1 comentario:
y...nunca más?
Publicar un comentario